Después de estar escuchando cada palabra que salía de tu boca mentirosa, reino el silencio. Ni un ruido, ni un sonido. Lo único presente en esa habitación era mi bronca desprolija provocada por querer irme pero, a al vez, querer quedarme ahí donde tus ojos miraban el piso y los míos, los míos eran ojitos marchitos.
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